La docencia exige grandes dosis de paciencia y autocontrol y puede ser, a veces, un trabajo muy ingrato; el año pasado lloré mucho y me prometí como tantas otras veces cambiar de trabajo. Este año hablé con la directora, que sabe por loca pero más sabe por vieja, y me dio algunos sabios consejos que puse en práctica, por primera vez, la semana pasada. El miércoles a la mañana Cristian Vignatti estaba sentado con los pies arriba de la mesa, maltratando un libro de la biblioteca. Le pedí que no hiciera eso. Se levantó, tiró el libro al piso, se acercó a medio metro de mi cara y me grito: "¡¡¡LA CONCHA DE TU MADRE!!!!!" Me quedé quieta, no dije ni una palabra, lo miré como si me hubiera dicho: "¡Buen día!", volví a mi lugar y seguí con la clase. Él se volvió a su banco, levantó el libro del piso, se sacó la gorra y no volvió a poner los pies sobre la mesa.